Aprendí a rechazar ilusiones y a escuchar hablar los corazones ajenos, con palabras calladas, con matices de mil sensaciones. Cuando un día, el dolor tomó mi mano y conocí de frente a la tristeza, la pena y el llanto. La soledad, querida compañera, la que con tanto miedo rechazaba, nunca más la quise dejar ir. Me di cuenta de que no todo se basaba en la perfección, comprendí que teníamos zonas más oscuras en la vida. Es así, que volví a vivir.