Tal vez no te busqué por los lugares incorrectos, tal vez simplemente no estaba prestando atención a lo que quería de verdad en ese momento. La insoportable guerra entre lo que queremos y lo que necesitamos. Porque sí, quiero a alguien que tenga auto, pero primero necesito que no le moleste viajar conmigo cuando siento que me asfixio y empiezo a hacer toda una escena sobre que me voy a morir si no baja la ventanilla aunque haga -20° afuera. Quiero alguien que tenga las cosas claras pero necesito que no demasiado o se va a dar cuenta enseguida que yo no las tengo. Quiero que me deje ser libre pero necesito que no me de mucha soga porque me vuelo fácil. Quiero que no le ponga énfasis al drama y pueda vivir sin hacerse tanto problema pero necesito que se pueda fumar mi capacidad de hacer una guerra santa por una pelotudez. Quiero que sea independiente y tenga su vida así tiene menos tiempo de romperme las pelotas pero necesito que me haga parte de las decisiones que toma para no sentir que me está dejando afuera.
Quizás la media naranja siempre estuvo ahí y no quisimos verla. Tal vez estábamos esperando demasiado para lo que merecíamos. Queríamos que sea perfecta sin tener en cuenta que para que esa media naranja lo sea el otro lado también tenía que serlo y, seamos honestos, muy lejos estábamos de eso. Por eso no me sorprendió cuando me di cuenta que mi media naranja estaba podrida. Su otra mitad también lo estaba.