La entrega nos da terror. Cada vez que entregamos nuestro corazón la pasamos mal. Ya está en tal mal estado que aunque no queramos volver a usarlo no sirve ni para venderse por Mercado Libre. El problema es que siempre cae alguien a casa y lo ve a un costado tirado y nos pregunta por qué no lo usamos más. Le decimos que no sirve, que intentamos hacerlo andar hace tiempo pero que no funciona y que si no lo tiramos es por nostalgia. “Yo te lo arreglo”.
Dejarse arreglar. Permitirle al otro la oportunidad de hacernos volver a sentir que quizás lo nuestro tiene solución. Que no estamos tan jodidos como creemos. O tal vez sí, pero que podemos sanar si creemos que el esfuerzo vale la pena. Y si del otro lado están intentando arreglarnos para sentirnos mejor ¿cómo no lo va a valer?
Y entonces pasa de nuevo. Eso de sonreírle a casi todos los electrodomésticos. Sonreírle a la computadora porque se conectó o al celular porque nos llegó un mensaje de texto nos hace sentir imbéciles al principio. Parte importante de arreglarnos es ayudarnos a recordar cómo era sentirse bien atendido y olvidarnos de eso a lo que estábamos acostumbrados, eso de deshojar margaritas.
Quizas mañana vaya y le diga “te quiero” sin pensar tanto las cosas. Se lo merece por arreglarme. También se lo merecen las margaritas. Ya es hora de dejarlas tranquilas.
BY ZABO.